Una brisa entró por la ventana y el suave roce de las cortinas me despertó de mi sueño. Estaba en mi cama, desnuda y sola, tumbada boca abajo. Observé mi cuerpo reflejado en el gran espejo de la habitación, mi contorno desnudo sobre las sábanas blancas, desperezándome en el amanecer.
Aquella brisa que había invadido la habitación cargándola de calor hizo que una extraña sensación se apoderara de mí. Alguien retiraba mi cabello suavemente mientras yo aún seguía postrada sobre la cama. Sentí un beso sobre mi pelo, su aliento entre mi cabello. Aquel beso me estremeció, siguió despacio por mi nuca y bajó por mi cuello, su lengua buscando el sabor de mi piel. Aunque no podía moverme, conseguí mirar hacia el espejo. Allí estaba yo, sola con mi desnudez.
Cerré los ojos. Aquel beso seguía el curso de mi cuerpo por la espalda, deteniéndose en cada poro. No tenía prisa, la lengua jugueteaba por ella, buscando cada instante mío, cada sensación que sabía que me estremecería. Era como si me conociera, recorría mi columna con placer, se paraba una y otra vez para mezclar sus besos con las caricias de sus labios, mojando mi piel con su lengua. Siguió con su beso hasta llegar al ombligo de mis nalgas. Su lengua hizo un círculo constante sobre él, lo que me excitó aún más. Poco después retornó a su viaje con aquella lentitud desesperante, centímetro a centímetro, bajando por las laderas de las nalgas para introducirse en el interior de uno de mis muslos. Aquel beso parecía no tener fin. Siguió aquel recorrido alocado dejando mis muslos deseosos de aquellos besos para proseguir por la pierna, llegando hasta mis pies. Me miré de nuevo al espejo, quería verlo, pero no estaba, sólo me veía a mí jugando con mis dedos en la boca, sintiendo cada segundo de aquel amanecer.
Sus labios y besos jugueteaban con los dedos de uno de mis pies. La humedad de su lengua introduciéndose entre ellos, uno a uno, me descubrió nuevas sensaciones. En cada dedo sentía un placer diferente, cada beso me provocaba una sacudida mientras mi cuerpo se estremecía cada vez más y mi sexo se empapaba de visiones.
Pasó a los dedos del otro pie, era increíble y fascinante la sensación de empezar de nuevo. La humedad de sus besos, la frialdad de su lengua, hacían que mi cuerpo se agitara cada vez más. Volvió a deleitarse en cada uno de mis dedos, la lengua se recreaba con el contorno de cada uno, introduciendo entre ellos, con pinceladas maestras, la punta de su lengua. Empezó a remontar lentamente por mi excitado cuerpo mientras mis labios me comían a mí misma, mi lengua se paseaba por mi dedo, me observaba en el espejo y veía mi cara de placer, aquel goce desenfrenado sobre las sábanas que me hacía retorcerme para entregarme a aquellos besos.
Seguía subiendo, rozando mi piel sólo con la punta de su lengua. Se deslizó sobre el interior de mi otro muslo, mis nalgas se convulsionaron al sentirla tan próxima, se abrían y cerraban en un extraño movimiento, como si quisieran indicarle el camino de mi cuerpo. Se paró en una de mis nalgas, mordisqueó con sus labios y me endulzó con su lengua, dejando que su aliento se introdujera en medio de mis nalgas, y siguió subiendo.
Mi cuerpo se estremecía de placer, cada centímetro de su recorrido era una sensación nueva, mi lengua mojaba mis labios, mis dedos jugaban entre ellos, buscando el interior de mi boca aún más sensaciones, mientras me observaba en el espejo en aquella soledad desenfrenada.
Llegó a mi cabello de nuevo, aquel placer sin prisas, aquella locura en la madrugada, y le quise dar todo. Me volví para darle la otra parte de mi ser.
Quise mirarle, pero sus labios cerraron mis ojos. Sus besos no paraban, lo que provocaba un sinfín de deseos en mí. Sus sinuosos labios rozaron los míos, contuve la respiración mientras pasó despacio por mi garganta y se acercó a mis pechos. Aquellos rodeos sin prisas sobre su contorno… fue tal la sensación que creí que me iban a estallar de tanto placer. Me miré en el espejo, parecían volcanes a punto de reventar, los pezones empujados a la locura, erguidos como jamás los había visto al sentir aquellos labios posados sobre uno de ellos, su lengua jugando con mi areola, recorriendo con su humedad cada milímetro de tan dulce placer, para después amamantarse y saciarse de mi pezón, repitiendo en seguida lo mismo con mi otro pecho.
En esta locura del amanecer, mientras mi cuerpo continuaba postrado sobre aquellas sábanas empapadas de placer, el beso se desprendió de mis pezones para seguir su recorrido, aquel por donde iba dejando las huellas de su seducción. Ahora vagaba a mis costados y me estremecía la sensibilidad con la que caminaba sobre mi piel.
Se aproximaba a mi parte más codiciada, una de mis piernas se recostó sobre la sábana para dejar llegar aquel soplo de besos húmedos sobre mi sexo. No había prisa, pero lo llamaba con mis movimientos, me miraba al espejo y veía mi cara desencajada de tanta excitación, apretando con tanta fuerza uno de mis puños que las uñas se me clavaron en la palma de la mano.
Se acercó con su maravillosa fuerza sobre mi sexo, mi pequeño bosque ensortijado le recibió, noté cómo un pequeño hilo de mi humedad salía de mi interior bajando por mis muslos. Quería embriagar aquellos besos de mi humedad, sosegar su sed por el camino recorrido.
Sus besos suavemente salvajes encontraron tan preciado líquido. Con su lengua devolvió mi líquido al interior de mi sexo. Allí se juntaron ambos labios como dos desesperados, era un beso de locura. Apretándome sin soltarse, introdujo en mi interior aquella lengua para saciarse aún más de mis néctares. Una y otra vez sus labios mordisqueaban los míos, su lengua entraba salvajemente en mi interior, mezclándose ambos líquidos dentro, le llené del mío, sacié toda su sed de placer en él, una y otra vez.
Cada beso, cada movimiento de su lengua en mi interior, era un sorbo de placer, parecía no saciarse, y yo le daba más y más...
Cerré los ojos para olvidarme de todo, me giré mil veces sobre la cama, comprimiendo aquellos segundos eternos y gozosos para dejar paso, más tarde, al silencio de mis jadeos.
El viento dejó de soplar, la cortina desistió de ser el abanico de mi calor y yo dejé que el sueño volviera a invadir aquel amanecer.
Tiempo de sueños
J.L Feijoo-Montenegro