El aroma de su colonia… Ese detalle es el que me puso alerta. Un perfume, ese toque que ellos olvidan pero que yo percibí. Sabía que alguien llevaba uno igual y no me di cuenta hasta el día en que invitamos a nuestros vecinos a cenar.
Cuando ella se acercó a mí e intuí el por què de los cambios que había notado en mi marido últimamente… esos pequeños detalles que van perfilando a una persona nueva, esas sutiles que suceden día tras día y que acaban provocando un cambio radical.
Entonces empecé mi persecución, observándoles en cada detalle de la cena, esas sonrisas tan ajenas, tan aparentemente inocentes, pero que tenían de trasfondo algo más; las miradas que se cruzaban, esos detalles de los que ellos no se daban cuenta y yo percibía. La noche no era más que una cena entre amigos, aparentemente, pero a medida que transcurría se convertiría en una duda permanente para mí.
Aquella mujer tan hermosa, con un cuerpo impecable, con esos pechos que yo imaginaba tan perfectos… y su sonrisa cuando me hablaba, esa mirada tierna y seductora; ella era la mujer que tal vez todos y todas hemos soñado algún día y ahora resultaba que era él quien estaba con ella.
No acertaba muy bien a comprenderme a mí misma, estaba enfadada, me sentía dolida y engañada, al mismo tiempo que sentía celos de mi propio marido. No se la merecía.
A partir de aquel día empecé vigilarles, tenía que hallar el medio de encontrarlos juntos.
Sabía que algún día los descubriría, aunque hasta ahora sólo eran dudas, temores, intuición de mujer. Tenía que saberlo de cierto.
Aquel perfume me trastornaba cada vez que la encontraba o salíamos juntas a algún lugar. Siempre era el mismo y a veces él tenía el mismo aroma. La misma fragancia en su ropa cuando volvía del trabajo. El cambio también era evidente en su forma de comportase conmigo, cada vez lo sentía más lejos de mí y no encontraba la forma de retenerlo.
Una vez era por un detalle insignificante, uno de esos toques que observamos desde afuera y de los que ellos no se dan ni cuenta. La falta de deseo también era evidente, demostrándome en la cama una actitud cambiante día a día y eso se percibe, aunque trates de disimular, fingir. Y yo estaba cada día más receptiva a esos cambios en él.
Tal vez si no sospechase nada, hubiera pensado que podía ser normal, unos malos momentos en nuestra vida, esos que todos pasamos en alguna época, un tiempo de hastío en la relación en el cual me incluyo yo misma.
Pero ahora necesitaba saber si era sólo por mí o por lo que yo sospechaba. Era una situación que necesitaba aclarar y tener las respuestas a todo ese malestar. Así que encubrí mis sentimientos en la relación con mis vecinos un día tras otro para encontrar el medio de descubrir lo que yo intuía.
Comíamos o cenábamos juntos algunas veces, teníamos una relación más que de amistad de vecinos, había mucha confianza entre los cuatro, su marido era muy reservado, muy guapo la verdad, de esas personas que ves y realmente te quedas con él, pero después, al conversar juntos, no sabes muy bien hacia donde va, su seriedad me desconcertaba a veces y resultaba muy difícil llegar a él.
Con el mío se llevaba muy bien y aunque éste no tenía una personalidad tan seria conseguía, quizás por ser tan opuesto, sacarlo de sus casillas en muchas cosas y tal vez eso era lo que les unía en tales ocasiones, sacándolo de aquel mundo serio e impenetrable, y resultaba hasta divertido ver las reacciones que ese contraste provocaba entre ambos.
Ella, al contrario, más abierta, envidiable en cierta forma, atraía sólo con verla y al tratarla aún era más especial. Podías quedarte quieta mirándola mientras hablaba de cualquier tema. Era pura sensualidad, parecía tener un imán en su cuerpo, te miraba y sus labios parecían que iban a devorarte en cualquier momento mientras hablaba. Su
cuerpo era extremadamente erótico por definirlo de alguna manera, ágil en sus maneras y cuando caminaba o se te acercaba parecía que no iba a parar y se entregaría a ti. La envidaba, tengo que reconocerlo, no por que imaginara que estuviera con ella, sino porque tal vez yo quisiera ser ella o poder sentir esa personalidad mía o aunque parezca
extraño, poder ser yo mi marido.
Llevar yo aquel aroma conmigo, traspasar la frontera que me une a ella, una duda en mi mente, un deseo tal vez, ligado a mis fantasías y que posiblemente jamás ocurra pero que perdura en mi cabeza en muchos instantes. Secretos inconfesables a veces que me seducen a mí misma imaginando aquello que no tengo a mi alcance y que tan cerca está de mí.
Recuerdo un día que ella iba a comprarse ropa, la acompañé a varias tiendas para probar, me resultaba casi increíble verla allí, cambiándose delante de mí y cada vestido que se probaba, cada seda en su piel, cada color en su cuerpo la realzaba aun más. Sus movimientos atrevidos mostrándose, como una pasarela de modas en especial para mí.
No podía sacarme de la cabeza aquellas sensaciones al verla así, quería abrazarla,sentirla mía y me sentía suya aconsejándole en cada momento. Cuando se desnudaba, lo hacía con una gracia perversa, mostrándome sin pudor su sensual cuerpo, sus curvas perfectas, sabiendo tal vez que un frenético deseo se apoderaba de mí, ella lo sabía.
Los días pasaban sin más. Llenándose mi casa de aquel aroma tan excitante y mi mente deambulando entre dos mundos unidos por un hilo que en cualquier momento podría romperse. Ella y él. Dudas de mi pasión a mis fantasías y dudas de la perdida de pasión hacia mí.
Tuve una llamada de urgencia aquélla mañana y tendría que marcharme de casa y regresar posiblemente muy tarde. Mi marido se quedó en casa y me empujaba a salir diciendo que no tuviera ninguna prisa. Casi me estaba dando pistas con sus buenos consejos, aunque lo que él no sabía era que yo había planeado aquella llamada. Así que
me fui y me despedí de él con la frialdad que nos caracterizaba últimamente.
Me fui con la extraña sensación de que me engañaba más mi vecina que mi propio marido. Una mezcla de sensaciones, de celos, de odio y de deseos, todo junto. Estuve paseando durante buena parte de la mañana. Tenía que dejar pasar un tiempo antes de volver y saber mi verdad. Saber que mi intuición no era sólo el fruto de misimaginaciones paranoicas. Me llené de dudas en ese tiempo y la excitación recorría mi cuerpo pensando que esta
situación debiera provocarme más bien la ira que el extraño placer que me envolvía al darle vueltas a todo esto.
Subí por aquella escalera como si me fuera la vida en ello, mi corazón latía con tanta fuerza que me daba la impresión que podía oírme. Me acerqué a la puerta y por si acaso no sucedía nada de lo que imaginaba, por si todo eran divagaciones mías, pensaba entrar muy natural… Abrí la puerta como si supiera que habría un mundo fuera y otro esperando dentro. Sabiendo que parte de mi vida podría cambiar en aquellos últimos segundos.
Lo primero que oí fue la música, una melodía que no estaba destinada para mí, posiblemente. Caminé por el pasillo de la casa siguiendo la composición musical que, a medida que me acercaba a nuestra habitación, mezclaba sus acordes con unos fuertes gemidos. La puerta estaba cerrada y me quedé paralizada entre el extraño momento de
saber que mi intuición no había fallado y ese momento de no saber muy bien si salir corriendo o entrar y gritar de rabia e impotencia.
Pero me quedé allí, escuchando de fondo los gritos de mi marido que iban en aumento y eso me produjo una sensación confusa. Nunca lo había oído así, estaba como aterrada pensando que le podía hacer ella para hacerlo gritar de esa forma, y en esos malditos segundos, quise ser él.
Sí, él. Quería que ella fuese mía, que esa satisfacción que sentía él, me lo traspasara a mí. Me apoyé contra la pared escuchando y aquellos momentos se convirtieron en una pesadilla de placer.. Mis manos sin saber muy bien por qué, empezaron a recorrerme a mí misma, me guiaban por su cuerpo, por el cuerpo de ella que tanto deseaba yo, quería tenerla mía, quería que ella se pusiera encima de mi, me besara apasionadamente como lo hacía con él posiblemente, necesitaba aquellos labios sensuales paseándose por mis erectos pezones, como los tenía yo ahora mismo.
No podía creer lo que estaba haciendo allí… a dos pasos de ellos, oyendo los gritos cada vez más intensos de mi marido, como si fueran a partirlo en dos. Su placer me pertenecía. Imaginaba perfectamente su cuerpo ágil y flexible, retorciéndose por el mío con ese deseo de poseerla, de buscar en ella su pelo, su cuello para besarla, sentir sus labios dulces, susurrarle mil cosas en el oído mientras sus pechos se recostaban sobre los míos y las piernas se nos enroscaban, haciendo de nuestros sexos uno solo. No podía controlarme, mis manos se envolvían por mi cuerpo, cada mano recorría mi ser, una desgarraba con fuerza mis pechos, mientras la otra estaba sedienta de placer, separando todo aquello que encontraba, la goma de mi braga que apartó para dejar paso a mi locura, buscaba mi sexo como si fuera el de ella, mis dedos se encontraban con los labios húmedos llenos de líquidos rebosando de mi interior. Me empujaba a mí misma contra la pared en un intento de ser abrazada, de estar recostada, mientras me sentía poseída por mis imaginaciones y por los gritos procedentes del interior de la habitación.
Por un instante dudé en entrar, tenerlos para mí a los dos, el deseo y el odio juntos. Pero mis piernas me retenían allí presa mientras iba llenándome de un mar de orgasmos entre mis dedos, que entraban y salían por mi sexo sin parar, al mismo tiempo que la música me guiaba en aquellos compases de locura y desenfreno total. Sudaba por mi cuerpo,
empapando mi vestido de placer, mis labios sólo pronunciaban callados gemidos, llenos de un goce incontrolable, las piernas me temblaban, casi no podía tenerme en pie de tanta excitación que me estaba produciendo todo aquello.
Uno tras otro sentía aquellos espasmos en mí, casi me dejé caer exhausta de rodillas en el mismo suelo. Y sonó el maldito timbre de la puerta en el momento preciso que nunca debiera suceder, justo cuando yo casi había perdido ya la orientación del lugar donde me encontraba. Sonó una y otra vez.
Tuve que reaccionar alocada y fríamente y salir corriendo hacia la puerta, tratando de simular que yo llegaba en ese momento de algún otro lugar. Me sentía en esos instantes como si la sorprendida en realidad fuera yo y no él.
Abrí la puerta y allí estaba, con su perfume, delante de mí, ella mirándome mientras yo trataba de comprender qué me decía... que repitiera aquellas palabras de nuevo... Paró la música y pude oírle de nuevo.
“Dile a mi marido que puede subir si acabó el trabajo, que ya está la comida”....
Miré hacia atrás....
Tiempo de sueños
J.L Feijoo-Montenegro