Eva llegó a la puerta de su edificio cargada de bolsas. Hubiera traído un carro del supermercado, como había visto hacer a algunas vecinas, pero a ella le parecía mal, así que las llevó con la mano. Se paró en la puerta del portal mientras sacaba las llaves del bolso, dejó la puerta abierta y trató de mantenerla así mientras hacía de nuevo el grupo de bolsas con la otra mano. Subió los tres escalones que la separaban del ascensor; el portal no era demasiado grande, pero hacía su función.
Se sobresaltó al ver junto a los buzones al chico del quinto. Tenía unos veinte años, moreno, de facciones agradables, pero no hablaba mucho. A pesar de haberse cruzado varias veces en el portal, nunca habían intercambiado más que un “hola” amable y poco sentido. Ese momento no iba a ser menos.
-Hola.
-Hola —contestó él con una sonrisa, para luego cerrar el buzón.
El chico –que se llamaba Jorge pero ella no lo sabía– pasó, encogiéndose detrás de ella para no rozarla, camino a las escaleras. Eva sólo sabía que vivía en el quinto.
-¿Vas a ir andando hasta el quinto? —le preguntó.
-Bueno…no sé…
-Va, sube al ascensor. Cabemos los dos, y yo me paro en el tercero.
-Vale. Es que como estabas con las bolsas…
-No te preocupes, nos haremos sitio, además así me ayudas a entrarlas en casa. ¿Vale? —dijo Eva.
El ascensor no era muy grande. Jorge abrió la puerta a Eva y la vio dejar las bolsas dentro. Ella tenía treinta y dos años, y no había perdido ninguna forma en absoluto. Jorge, a pesar de sus veinte y ser mucho más joven que ella, no pudo evitar fijarse en su trasero, embutido en unos vaqueros algo gastados, cuando Eva colocaba las bolsas en el suelo. Ella le vio mirarla desde el espejo y se dio prisa en terminar de colocar las bolsas. Se había avergonzado un poco, a pesar de que ella no era nada vergonzosa, pero no le había desagradado ver que un chico mucho más joven la mirara.
Eva miró al joven mientras entraba al ascensor, algo cortado. Nunca se había fijado en él, pero la situación había hecho que ahora lo hiciera. Y pensó que no estaba nada mal.
Pulsó el botón que la llevaba al tercero y posó su vista en el suelo. Llevaba una blusa de cuadros rojos y blancos, y por el rabillo del ojo pudo ver que Jorge le miraba la zona donde empezaban sus pechos, justo en el comienzo del canalillo, que era lo único que podía ver. Al sentirse descubierto, desvió la mirada hacia el techo y se sonrojó. La situación era extraña para Eva, y además la hizo sentirse bien.
Mientras subían en el ascensor pensó en la relación con Carlos, su marido, que se había convertido en algo rutinario en los últimos dos años. Pensó en cuánto tiempo hacía que no tenían momentos en la cama, que no la acariciaba como al principio, que no la hacía sentir esos maravillosos orgasmos… Se dijo que algo empezaba a faltar en su relación, y empezó a imaginarse con aquel joven en la cama, tocando sus brazos juveniles, su torso suave.
El ascensor llegó y notó calor en sus mejillas. ¡Se estaba ruborizando! Se agachó a recoger las bolsas, ofreciendo a su acompañante de ascensor una visión panorámica de la parte superior de sus pechos, sin darse cuenta. Jorge se apresuró a coger las bolsas que Eva le dejó en el suelo de la cabina. Salió detrás de ella y esperó a que abriera la puerta de su casa.
La siguió hasta la cocina, donde dejó las bolsas sobre la encimera, junto a las de ella.
-Bueno, pues entonces me voy ya.
-Gracias… —empezó ella.
-Jorge, me llamo Jorge.
-Y yo Eva —contestó ella—. Gracias por ayudarme con las bolsas.
-De nada. Hasta otra.
-Adiós.
Cuando Eva cerró la puerta del piso, se dejó caer suavemente contra ella, suspirando. Empezó a imaginarse desnudando al joven en la cocina, besando su cuello, acariciando su espalda… Se obligó a cambiar sus pensamientos. Estaba casada y no tenía intención de pensar en ello, en ese momento. Se sintió mal, sucia, aunque en el fondo sabía que tener esos pensamientos, si sólo eran eso, pensamientos, no era tan malo. Si al menos Carlos la tratara como antes…no es que no se quisieran, pero el tiempo hace mella en cualquier pareja y Carlos últimamente andaba muy distraído por culpa del trabajo y ella se sentía en algunas ocasiones “sola” , por eso siguió con su tarea de guardar la compra pero no por ello podía dejar de pensar en Jorge.
Aquella noche fue como muchas otras. Carlos llegó, como siempre, cansado. Se sentó en el sofá y pidió la cena. Estando sentados a la mesa, ella le observaba, recordando cuando se conocieron. Los primeros años de matrimonio eran una locura; todo era llegar a casa y amarse como locos. Estaban sedientos de caricias y ahora, sin embargo, un beso casto en la mejilla y un leve roce alguna que otra noche. Casi sin preludio, le hacía el amor.
Ella se sentía vacía, sin atreverse a decirle que eso no era lo que ella esperaba, que le seguía amando, y que quería más. Necesitaba sentir ese deseo de los primeros años, y, sin querer, volvió a imaginarse el joven vecino.
Al acostarse fue como siempre: media vuelta, oír cómo Carlos se quedaba dormido en apenas unos minutos. Ella dio un leve suspiro y, de nuevo, rondaba Jorge en su cabeza. Casi sin poder evitarlo, dejó deslizar su mano hasta llegar al tanga. Sus dedos juguetearon sobre él, sin dejar de pensar en cómo sería hacer el amor con Jorge. Se dejó llevar por su fantasía, cerró los ojos e imaginó que sus dedos eran los del adolescente, que apenas la rozaban por encima.
Por un instante se ruborizó, al pensar en ello, pero no dejó de hacerlo. De esa forma, siguió jugando con sus dedos, enterrándolos por dentro del tanga, dejando escapar entre sus labios ligeros gemidos que ahogó con la almohada. Minutos después llegó al orgasmo, sin apenas moverse, después de sentir su corazón acelerarse con la excitación.
Escuchó a su marido durmiendo plácidamente.
Al día siguiente, de nuevo las prisas de la mañana, llegar al trabajo y la rutina de siempre. Al llegar a casa, recibió una llamada telefónica de Carlos.
-No iré a cenar, tengo trabajo atrasado —dijo él.
“Bueno”, pensó ella, “otra noche sin cena”. Cuando Carlos no iba a cenar, ella apenas probaba bocado. No se sentía con ganas de ensuciar la cocina. Se dio una ducha, se enfundó en un albornoz y recogió con un moño su pelo rubio. Se sentó frente al televisor con un bocata frío.
Entonces llamaron a la puerta. Se acercó y la abrió. Cuál fue su sorpresa al ver a Jorge sonriendo.
-¡Vaya! Lo siento. ¿Llego en mal momento? —la miró de arriba abajo sin pudor alguno, y Eva, de una manera impulsiva, cerró el escote en el que se adivinaba un profundo canalillo.
-No, perdona. Acabo de llegar y estaba cenando —contestó Eva.
-Verás, hoy hay reunión de vecinos, es en media hora.
-Cierto, qué despiste. Gracias, en unos minutos me visto y bajo.
Se miraron, se sonrieron y poco más. Ella cerró la puerta. Sintió que tenía las mejillas ardiendo, recordando cómo la había mirado aquel chico. Se preguntó cómo era posible que hubiera olvidado la reunión, así que no perdió más tiempo y se dispuso a arreglarse un poco.
La reunión fue tan aburrida como de costumbre. Que si las luces de la escalera, que si el vado para el garaje, que si el señor de la limpieza, que si los atrasos… Quizás por eso se perdió en sus pensamientos, oyendo el parloteo del resto de vecinos. Jorge estaba de pie, frente a ella, mirándola con descaro y sonriéndole de vez en cuando.
-En seguida entro —dijo Eva de pronto—. Voy a fumarme un cigarrillo.
Consideró que así se apartaría un poco de aquel ambiente que empezaba a parecerle opresivo. No contó que Jorge la seguiría.
-Hola Eva.
-Hola Jorge.
-Son un rollo estas reuniones, ¿no? —dijo él, como tratando de romper un poco el hielo. Apoyaron cada uno la espalda a un lado de la puerta.
—La verdad es que sí, pero hay que hacerlas. Son necesarias para la buena convivencia del vecindario, ¿no crees?
—Claro —contestó él sin dejar de mirarla con esos ojos penetrantes que tanto la turbaban.
Ella decidió llamarle la atención, no podía ser que aquello escapara así de su control.
-Oye, ¿por qué me miras siempre así?
-¿Así cómo? —preguntó Jorge, algo nervioso.
-Así, con tanto descaro. ¿No sabes que puedes molestar a alguien?
-¿Te he molestado?
-No, no… —contestó ella—. Pero podrías molestar a alguien y podrían llamarte la atención y…
-Estás muy buena —dijo él de sopetón.
-¡¿Qué?! —esa sí que era buena. “Este chico es un descarado”, pensó—. ¡¿Pero qué te has…?!
-Perdona, lo siento —se apresuró a decir Jorge—, pero te digo lo que pienso. Y lamento si te estoy ofendiendo.
El adolescente, que a ella le parecía que de adolescente no tenía tanto, se metió en la escalera. Cuando Eva entró ya no estaba. Seguramente había subido a su casa. A ella le hizo mucha gracia, y la animó. Que un jovencito al que doblaba en edad le dijera que “estaba buena”, la llenaba de gozo. Eso quería decir que aún estaba bien a ojos del mundo. Se sintió muy orgullosa, y pensó en qué pasaría si Jorge se atrevía…, si ella se atrevía. Volvió a turbarse, y su cara a enrojecer de inmediato. Se llevó una mano a la mejilla.
La vecina del primero se acercó a ella.
-¿Te encuentras bien, hija?
-Oh, no…, quiero decir sí…, eh… Ha sido un día un poco duro para mí —atinó a contestar—. Creo que subiré a tomarme algo, no me encuentro demasiado bien.
Llamó al ascensor y se dio cuenta de que los vecinos la miraban, a pesar de haber continuado con la reunión. Mientras el ascensor bajaba, no podía dejar de pensar en Jorge. “Tampoco es tan adolescente, debe tener como veinte años”. El ascensor llegó, y sin darse cuenta, o siguiendo quizá algo marcado por su subconsciente, pulsó el botón del quinto, en lugar del cuarto, que era su piso. Al llegar al quinto se lo pensó mejor, y bajó andando el único piso que le separaba de su casa. Pero al llegar a su rellano, se encontró a Jorge en la puerta de su casa.
-¿Qué haces aquí? —preguntó ella sin siquiera mirarle a los ojos.
-Solo comentarte lo que antes te dije, que no era mi intención que te enfadaras.
-¡No sé a qué te refieres! —estaba mintiendo, por eso siguió abriendo la puerta sin mirarle a la cara.
—Y ahora, ¿quién está siendo descaradamente mentirosa? —le dijo Jorge, no sin dejar de sonreír.
Eva se dio la vuelta en el umbral de su puerta y le miró a los ojos. Quiso preguntarle que qué se creía; quiso decirle que era un mocoso y que no se pensara que podría amedrentarla con su descaro, pero…
-¿Quieres un batido? —le preguntó, por el contrario, y con un tono de picardía.
-Si tú me lo preparas, me lo tomaré.
Mientras Eva caminaba hacia la cocina, y regresó después con unos refrescos, sonó el teléfono. Jorge bebía del refresco observando la expresión de ella, que por unos segundos pudo ver un rictus de tristeza. Ella contestaba con monosílabos. Al colgar el teléfono, él le preguntó:
-¿Todo bien?
—¡Oh, sí, claro!. Era mi marido, que con su dichoso trabajo al final no ha podido cambiarse la guardia.
Él la miro pensando “¡Guardia!”, a lo que ella al instante le dijo:
-Es médico, y esta semana le toca guardia. Hace días que apenas nos vemos, pero le ha sido imposible encontrar a alguien que le reemplace.
Esta vez la miró con más descaro que antes. Eva llevaba una falda y una blusa de botones, en la que se podía apreciar ese canalillo con el que él había soñado en más de una ocasión, y esta vez la tenía enfrente y estaban solos. Por unos instantes, Eva parecía saber lo que él pensaba y le vio sonrojarse.
Sin darse cuenta, jugueteó con sus dedos en la abertura de su blusa, mientras bebía. Estaba algo desconcertada por las sensaciones que sentía y que, de alguna forma, le traía recuerdos no muy lejanos, de cuando estaba cerca de Carlos; cuando aún eran novios.
-¿Has sido infiel a tu marido alguna vez? —se atrevió a preguntarle Jorge, a la vez que se sentaba a su lado, en el sofá. Eva le miro a la cara y, con una risa, le contestó:
-Pero, ¿qué pregunta es esa? —se levantó de un brinco. Cuanto más cerca lo tenía, más lo deseaba. Le asustaba; ese descaro le gustaba por mucho que se hiciera la ofendida.
-¿No has estado nunca con un hombre más joven? O, ¿es que te da miedo probarlo? —Jorge se levantó y se puso detrás de ella, muy cerca de su oído; casi susurrándole.
Al darse la vuelta, se encontró con Jorge apenas a unos centímetros de su cuerpo. Casi podía sentir sus latidos. Ella dio unos pasos hacia atrás y Jorge se iba acercando poco a poco. Ella chocó con la pared. No quería demostrarle cuánto la turbaba tenerle tan cerca, y alzó la cara para contestarle, pero no tuvo tiempo. Jorge la agarró por la cintura, apretándola contra su cuerpo y besándola. Sintió como le mordía los labios y ella, entre gemidos, quiso rechazarlo. Pero él era más fuerte.
Jorge la apretó aún más contra su cuerpo, sin dejar de besarla, hasta que ella dejó de luchar y se rindió al deseo de ambos. Se besaron buscándose, contra la pared, como si fuera lo que hubieran anhelado toda la vida. Gemían, sus lenguas luchaban frenéticamente dentro de sus bocas. Las manos de ella acariciaban las mejillas de Jorge, mientras duraba el besa, mientras las de él se habían metido dentro de los pantalones de ella, apretando sus nalgas suaves, tersas, temblorosas.
Las manos de Eva desabrocharon la camisa de Jorge, rápidamente, y comenzó a empujarle contra el sofá. Sintió un bulto contra su estómago y un cosquilleo de excitación en su interior. Las manos de Jorge seguían manoseando sus nalgas, buscando la abertura que las separaba. Al final tuvo que retirar las manos para poder quitarse la camisa. Eva vio un torso joven frente a ella, y no pudo resistirse. Se abalanzó contra aquellos pezones varoniles, a lamerlos y morderlos, desenfrenada.
Jorge le quitaba la blusa a Eva como podía. Luego trató de desabrochar su sostén. Se dio por vencido y se lo quitó a la fuerza, sacándoselo por encima de los brazos, como si fuera un jersey, y ante él se irguieron dos pechos que le parecieron perfectos, con unos pezones endurecidos, englobados en dos enormes y sonrosadas aureolas. Esta vez fue él quien se lanzó a por ellos, atrapándolos entre sus dientes, llenándolos de saliva. Eva emitió el primer gemido ahogado de la noche.
Jorge tuvo que dejar de palpar y chupar aquellos pechos que cubría de besos, porque Eva se lanzó de golpe hacia sus pantalones. Consiguió bajárselos hasta las rodillas, obligando al joven a permanecer sentado en el sofá. Luego, sin más preámbulos, bajó sus boxer, para observar ese falo de carne, erguido ante ella, palpitante, duro, caliente… Lo miró con más deseo del que creía recordar, y despacio acercó su boca con una sonrisa. Mientras no dejaba de mirarle a los ojos, quería ver en ellos el mismo deseo que ella sentía al tener en su boca su pene que palpitaba como un corazón pero de placer.
Jorge echo la cara hacia atrás sin poder reprimir unos gemidos de gozo mientras Eva no dejaba de lamer y chupar y con la mano iba masajeándolo al tiempo, cuando comprendió que lo tenía rendido , se irguió y subiéndose la falda con suma sensualidad sin dejar de observar a Jorge se sentó a horcajadas encima de él y sin quitarse el tanga, solo apartándolo con los dedos, se fue introduciendo poco a poco el pene, acerco sus labios a los de él y mientras lo besaba sentía como gemía, las manos de Jorge no dejaban de acariciar y pellizcar los senos de ella .
Eva empezó a galopar con más fuerza y a mover las caderas, con las manos acerco la cabeza de Jorge a sus senos, se apoyó a sus rodillas echándose hacia atrás, y así poder sentirlo más adentro, en unos minutos ambos no pudieron aguantar tanta excitación llegando al clímax casi al unísono en un alarido de placer.
Se quedaron así por unos minutos, sin moverse, ella apoyada en su hombro, él le acariciaba el pelo, fue cuando Eva sintió como si despertara de un sueño y de una manera precipitada se levantó sin mirarle y se dirigió al baño, al entrar se miró al espejo, se sentía más confundida que nunca.
-¡Dios mío y ahora qué! .- Se dijo en voz alta, tenía el corazón nuevamente acelerado, pero esta vez no era de excitación, era de nervios no sabía cómo salir del baño y mirarle a la cara .
-Eva , ¿te encuentras bien?.- llamó a la puerta del baño Jorge
- Sí, sí....Enseguida salgo .-
Se recogió el pelo con una pinza y se enfundó el albornoz, cuando salió tenía enfrente a Jorge que le sonreía, ella estaba sin poderse mover contra la puerta que había cerrado tras de sí, sin saber qué decirle. Tenía las mejillas ardiendo, apenas se atrevía a mirarle a los ojos, él le acerco la mano a la barbilla, diciéndole:
-Será mejor que me vaya, es tarde y querrás descansar, hablaremos!.- y la besó en la mejilla, dejándola así sin moverse en la puerta del baño.
La puerta se cerró, Eva siguió sin moverse, ahora no quería pensar, se metió en la ducha como una autómata y se acostó, pero no sin dejar de ver pasar las imágenes que unos minutos antes había vivido con Jorge.
Al día siguiente, mientras estaba cenando con su marido le observaba de reojo, sin dejar de pensar en la locura que había cometido la noche anterior, pero que insensata!, aun así, no podía evitar recordar a Jorge y su forma de hacer el amor, le había recordado a Carlos , pero ella seguía amando a su marido y su tentación a pocos metros de ella, mientras estaba medio ausente con sus pensamientos y de fondo se oían las noticias en la televisión Carlos la miro y le dijo:
- ¡Tenemos que hablar! Es algo que nos atañe a ambos y hace tiempo que le doy vueltas.
Eva notó como sus mejillas subían de tono y que su corazón se iba acelerando, ¿acaso Carlos sospechaba algo?, si era así, debía ser fuerte y decirle la verdad y terminar con ese remordimiento que la tenía angustiada.
-Verás, he recibido una oferta de trabajo que, en realidad, hace unos días que le estoy dando vueltas. No quise decirte nada al respecto hasta estar seguro de que valdría la pena. Es un traslado a otra ciudad, pero pienso que nos vendrá bien y además, tendré más tiempo para dedicarte, ¿Qué te parece?.-
Eva, mientras le escuchaba, sintió una sensación entre alivio, era como si el destino le quisiera brindar de nuevo la posibilidad de empezar de nuevo.
Aquella noche Carlos no se durmió como solía hacer casi al instante, la besó, la acarició y la poseyó de una forma tan intensa como hacía tiempo no ocurría.
Sentada en el coche lleno de paquetes y maletas con destino a su nuevo hogar, miroó hacia atrás, creyó ver detrás de unas cortinas una figura masculina, era su tentación al que nunca olvidaría.