“Soy muy emocional”: cuando sentir se confunde con sostener
- Irene Gutiérrez Coranti
- 6 oct
- 2 Min. de lectura

“Soy muy emocional”, me dijo Laura en su primera sesión, con esa mezcla de disculpa y orgullo que tantas veces escucho en consulta. Lo decía como quien admite una debilidad, como si sentir mucho fuese un error que hay que aprender a corregir.
Pero cuando empezamos a explorar su historia, descubrimos que, en realidad, Laura no se permitía sentir tanto como creía. No, al menos, sentir lo suyo.
Podía emocionarse hasta las lágrimas cuando su pareja tenía un mal día, cuando su madre la llamaba angustiada o cuando una amiga sufría una ruptura. Pero cuando algo le dolía a ella —una decepción, una pérdida, un límite no respetado—, aparecía una voz automática, interna, firme:
“Venga, no pasa nada. Sé fuerte.”
Ese “sé fuerte” no era un consejo pasajero. Era un impulsor. ¿Qué es un impulsor? en términos del Análisis Transaccional: hablamos de una -pauta- inconsciente aprendida en la infancia que guía cómo creemos que debemos ser para merecer amor, seguridad o pertenencia.
El impulsor sé fuerte nace muchas veces en niñas que crecieron en entornos donde las emociones no tenían espacio. Donde llorar o mostrarse vulnerable generaba incomodidad, rechazo o incluso culpa. Así que aprendieron a reprimir su tristeza, su miedo o su necesidad de cuidado, y a cambiarlo por un papel más funcional: la que puede, la que calma, la que sostiene.
En la adultez, ese patrón se disfraza de madurez emocional: “soy muy empática”, “sé contener a los demás”, “me cuesta poco entender lo que el otro necesita”. Y sí, hay un talento genuino ahí. Pero también un precio alto: sentir por los otros se vuelve más seguro que sentir por una misma.
Laura lo descubrió una tarde, cuando le pedí que nombrara cómo se sentía ella en medio de una situación difícil con su pareja. Se quedó callada. No sabía responder.
“Es que no lo sé... sé cómo se siente él, pero lo mío no sé cómo ponerlo en palabras.”
Ese es el momento en el que muchas mujeres se dan cuenta de que no son “demasiado emocionales”. Son, en realidad, emocionalmente anestesiadas consigo mismas y desbordadas hacia afuera.
Detrás del “sé fuerte” suele haber un miedo a colapsar si una se permite sentir. Como si dejarse tocar por el dolor significara no poder levantarse después. Pero lo que ocurre es justo lo contrario: solo sintiendo lo propio una puede dejar de cargar lo ajeno.
En terapia, Laura fue aprendiendo a cambiar la frase interna. A veces por un suave “puedo sostenerme, pero también necesito descanso”. O simplemente por un “esto me duele”. Empezó a llorar sin culpa, a pedir ayuda sin justificar, a no ser siempre la roca. Y descubrió que eso no la hacía menos fuerte, sino más honesta.
Porque ser emocional no es sentir por todos, sino permitirte sentir por ti. Y a veces, el verdadero acto de fuerza es rendirte un poco al temblor.
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